Ya en el último capítulo se simboliza la renovación, El principio del fin. Un nuevo comienzo que inicia con la muerte, y que marca el camino hacia la vida, la individuación, paralela al nacimiento de un nuevo Mundo. Hesse reflexiona de nuevo acerca de la guerra, una guerra que por ser interna, devela la oscuridad en el afuera, y dispara en contra del enemigo, el de afuera, el distinto, que más bien resulta el blanco principal de nuestras proyecciones, porque tiene algo nuestro, algo nuestro que no podemos reconocer como propio.
“...La cura me hizo daño. Todo lo que después me ha sucedido me ha hecho daño. Pero cuando alguna vez encuentro la llave y desciendo a mí mismo, allí en donde en un oscuro espejo, dormitan las imágenes del destino, me basta inclinarme sobre su negra superficie acerada para ver en él mi propia imagen, semejante ya en todo a él, a él, mi amigo y mi guía...”
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